El piloto de motos Casey Stoner, que sufre intolerancia a la lactosa, ha puesto bajo el foco mediático esta enfermedad cada vez más común. La solución no pasa por eliminar los lácteos, sino por tomarlos en la cantidad y forma adecuadas
Por Elena Sevillano http://sociedad.elpais.com/sociedad/2011/10/07/actualidad/1317938411_850215.html
Los problemas de salud del piloto australiano de motociclismo Casey
Stoner hicieron correr ríos de tinta en la prensa especializada durante
2009. Terminaba las carreras desfondado y vomitando, tanto que dejó de
disputar varias pruebas del Mundial. Los médicos no sabían qué le
ocurría. Se especulaba con alguna dolencia digestiva, anemia, incluso
estrés y hasta desórdenes mentales. Pero se trataba de una intolerancia a
la lactosa, que es un azúcar presente en la leche de todos los
mamíferos. Una sustancia que el organismo ha de degradar, dividir, para
asimilar. Stoner no podía porque en su tracto digestivo faltaba la
enzima necesaria, la lactasa. A partir de 2010, cuando al fin le
diagnosticaron esta dolencia, empezó a controlar la ingesta de lácteos,
descansó durante unos meses y volvió al circuito recuperado y en forma.
Este año, salvo sorpresa, ganará el Campeonato de MotoGP.
Cuando no hay lactasa, o no en la cantidad suficiente, la lactosa no
se absorbe y aparecen las diarreas, los vómitos, las flatulencias, los
dolores abdominales, los reflujos gástricos y, en general, las molestias
intestinales, según describe el cuadro clínico Alfredo Martínez,
catedrático de nutrición de la Universidad de Navarra. En España, el
índice de intolerancia a la lactosa puede estar en torno al 10% en niños
y al 40% en adultos, según los últimos estudios, tercia Francisco
Tinahones, jefe de servicio de endocrinología y nutrición del hospital
Virgen de la Victoria de Málaga e investigador del CIBERobn (Centro de
Investigación Biomédica en Red de la Fisiopatología de la Obesidad y
Nutrición).
En el norte de Europa ronda el 5%; en África, el 90%. Tal
distribución geográfica se debe a una "cierta selección genética",
sugiere Martínez: quienes consumen más leche (y quizá de más variedad)
en la edad adulta desde épocas precoces, han llegado a nuestros días
asimilándola mejor.
"Lo normal es que exista un déficit, menos enzima de la necesaria,
pero es muy raro que no la haya en absoluto", puntualiza Tinahones. Por
eso, una vez detectado el problema (con un test del hidrógeno en el
aliento: a menor intolerancia, más hidrógeno exhalará el paciente), la
solución no pasa necesariamente por eliminar por completo los lácteos,
sino por ir probando hasta dar con la dosis que no haga daño, según
receta otro investigador del CIBERobn, Miguel Ángel Martínez Olmos (de
la unidad de desórdenes alimentarios del Complejo Hospitalario
Universitario de Santiago).
Observación y equilibrio
El especialista insiste en que ordenar sin más un ¡lácteos fuera!
empobrece la dieta, y defiende que hay que llegar a un equilibrio,
mediante la observación y la colaboración y consejo del médico. Sin
olvidar tampoco que "la lactosa está presente en bollería, en productos
elaborados, y se utiliza como excipiente de una enorme cantidad de
fármacos", alerta Tinahones, que recomienda leer cuidadosamente las
etiquetas.
Martínez Olmos ha comprobado que si se toman pequeñas cantidades de
manera natural, se induce la actividad residual de la lactasa que queda.
También depende del animal del que proceda la leche (la de cabra, por
ejemplo, contiene menos lactosa que la de vaca). De si es entera o
desnatada: en el primer caso la tolerancia es mayor, quizá porque la
grasa ralentiza el vaciamiento gástrico, de manera que a la enzima,
aunque escasa, le da tiempo a metabolizar la lactosa.
A unas personas les cae mejor y a otras peor: coger el brick de la
nevera, o calentarlo en el microondas. "La temperatura tiene que ver con
la actividad enzimática", aventura. El grado de rechazo también se
relaciona con la hora del día. "Si identificamos que hay más problemas
por la mañana, sustituimos la leche del desayuno por yogur", explica el
endocrino, que ha detectado que aquellos derivados sometidos a procesos
de fermentación se toleran mejor.
Un trabajo codirigido por el profesor Martínez y publicado en 2007 en
el British Journal of Nutrition concluyó que la asimilación de calcio
en personas con intolerancia a la lactosa era mejor cuando tomaban
leches fermentadas.
Si se restringen los lácteos de la dieta, habrá que compensar su
aporte de calcio por otro lado, hace notar Martínez, presidente además
del comité científico del 11º Congreso de la Federación Europea de
Sociedades de Nutrición, que se celebrará en Madrid. La mejor forma de
hacerlo es con alimentos naturales, como espinacas, garbanzos y
lenguados, o funcionales, como cereales enriquecidos con calcio. Hay
leches sin lactosa e incluso pastillas de lactasa. Será el facultativo
quien decida según cada circunstancia.
La leche solo es imprescindible en la primera etapa de la vida, así
que la producción de lactasa comienza a bajar a partir de los cuatro
años, y los problemas de digestión aumentan conforme uno se hace mayor.
El déficit puede ser primario, determinado por la carga genética y la
edad, o secundario (y en ocasiones transitorio), provocado por el uso y
abuso de "antibióticos con los que maltratamos nuestro intestino",
lamenta Tinahones. O consecuencia de una intervención quirúrgica o de
patologías que afectan a las vellosidades intestinales, como la
enfermedad celiaca, la de Crohn, una gastroenteritis vírica... Los
expertos no creen que el número de casos haya aumentado. Pero sí que se
diagnostican ahora más, sobre todo en adultos, según señala Martínez
Olmos. Como le ocurrió a Casey Stoner.
Las vacas y sus proteínas
Entre un 2% y un 6% de la población es alérgica a las proteínas de la
leche de vaca, según datos de la Sociedad Española de Alergología e
Inmunología Clínica (SEAIC). Son la quinta causa de alergia a alimentos,
por detrás de frutas, frutos secos, mariscos y huevos. La mayoría
desarrolla esta hipersensibilidad durante la lactancia o en la primera
infancia, de manera transitoria en buena parte de los casos: solo el 15%
de los niños que la sufren continuarán afectados a los cinco o seis
años de edad, según enfatiza Pedro Ojeda, secretario de la SEAIC.
¿Síntomas? Los más comunes son los cutáneos (urticarias y eritemas),
seguidos de digestivos (vómitos y diarrea) y problemas respiratorios
(rinitis y asma).
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