
Durante casi toda la historia humana, la capacidad para digerir la
lactosa, el principal azúcar de la leche, ha quedado inutilizada después
del destete, ya que la enzima lactasa que disgrega el azúcar ya no es
necesaria. Pero cuando se domesticó ganado por primera vez hace 9.000
años y la gente empezó a consumir su leche y su carne, la selección
natural habría favorecido a cualquiera que presentara una mutación que
mantuviese activado el gen de la lactasa.
Se sabe que esa mutación surgió entre uno de los primeros pueblos
ganaderos, la cultura de las jarras embudiformes, que afloró hace unos
5.000 o 6.000 años en la Europa central y del norte. La gente con un gen
de la lactasa continuamente activo no tiene problemas para digerir la
leche y se dice que tolera la lactosa. Casi todos los holandeses y un
99% de los suecos toleran la lactosa, pero la mutación se vuelve
progresivamente menos común en los europeos que viven a una distancia
cada vez mayor de la antigua región de la cultura de las jarras
embudiformes.
Los genetistas se preguntaban si la mutación de la tolerancia a la
lactosa en los europeos, identificada en 2002, había aparecido entre los
pueblos pastores de otros lugares. Pero parecía estar ausente en buena
parte de África, aunque los pueblos pastores generalmente presentan
cierto grado de tolerancia.
Ahora, un equipo de investigación encabezado por Sarah Tishkoff, de
la Universidad de Maryland, ha resuelto casi todo el rompecabezas. Tras
realizar ensayos sobre la tolerancia a la lactosa y la configuración
genética en 43 grupos étnicos de África oriental, Tishkoff y sus
compañeros han hallado tres nuevas mutaciones, cada una independiente
con respecto a las demás y a la mutación europea, que mantienen activado
el gen de la lactasa de forma permanente.
La principal mutación, encontrada entre los grupos étnicos de habla
nilo-sahariana de Kenia y Tanzania, se produjo de 2.700 a 6.800 años
atrás, según cálculos genéticos que revela Tishkoff en la revista Nature Genetics.
Esto coincide con las pruebas arqueológicas que indican que los pueblos
pastores del norte llegaron a Kenia hace unos 4.500 años, y al sur de
Kenia y a Tanzania hace 3.300 años.
Se encontraron dos mutaciones más, entre los beja del noreste de
Sudán y en tribus de la misma familia lingüística, el afroasiático, al
norte de Kenia.
Las pruebas genéticas demuestran que las mutaciones conferían una
enorme ventaja selectiva a sus propietarios, lo cual les permitía dejar
un número de descendientes 10 veces superior al de la gente sin esas
mutaciones. Las mutaciones han originado "una de las características
genéticas de selección natural más sólidas observadas hasta la fecha en
seres humanos", escriben los investigadores.
La ventaja de supervivencia quizá era tan poderosa porque los que
tenían las mutaciones no sólo adquirían una energía adicional de la
lactosa, sino que, en situaciones de sequía, se beneficiarían del agua
que contiene la leche.
Diane Gifford-González, arqueóloga de la Universidad de California,
Santa Cruz, dice que los nuevos hallazgos "demuestran la velocidad con
la que una mutación genética puede verse favorecida en condiciones de
fuerte selección natural, lo cual apunta al posible ritmo del cambio
evolutivo en los humanos". Los datos genéticos encajan bien, añade, con
las pruebas arqueológicas y lingüísticas sobre la propagación del
pastoreo en África.
Jonathan Pritchard, genetista estadístico de la Universidad de
Chicago y coautor del artículo, afirma que hay numerosos indicios de
selección natural en el genoma humano, pero que suele ser complicado
saber para qué se está eligiendo. En este caso, Tishkoff ha definido la
fuerza impulsora.
Las mutaciones detectadas por Tishkoff no están en el mismo gen de la
lactasa, sino en una región cercana del ADN que controla la activación
del gen.
Fuente: http://elpais.com/diario/2006/12/27/futuro/1167174004_850215.html
Fuente: http://elpais.com/diario/2006/12/27/futuro/1167174004_850215.html
© The New York Times.
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