La clave está en adecuar la dieta al nivel de intolerancia de cada uno
Por Pablo Linde http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/02/20/actualidad/1329759784_191404.html
La intolerancia a la lactosa tiene algo en común con una
discapacidad: nadie puede estar seguro de no padecerla algún día. Por
mucha leche que alguien beba y por muy bien que le siente, la enzima que
la metaboliza, la lactasa, va decayendo a lo largo de la vida y es
posible que en algún momento no haya suficiente para procesar
adecuadamente los productos lácteos. Entonces, con la ingesta de estos
alimentos, comenzará el dolor abdominal, las flatulencias y, en los
casos más severos, la diarrea. En la zona mediterránea se calcula que un
15% de la población tiene algún grado de intolerancia. Muchos de ellos
ni siquiera lo saben, aunque es una dolencia cada vez más visible, que
no más frecuente.
Es más visible porque se diagnostica más, hay más tecnología para
hacerlo que hace unos años y los médicos están más sensibilizados con
determinados problemas alimenticios, según Fernando Luca de Tena,
especialista del aparato digestivo del hospital La Paz (Madrid).
“En ocasiones, la intolerancia es un marcador de enfermedades del
sistema digestivo”, asegura. Pero no tiene por qué ser así y se puede
llevar una alimentación perfectamente equilibrada sin lácteos. De hecho,
la mayoría de la población mundial es intolerante a la lactosa tras la
lactancia. No así los europeos —los occidentales, por extensión— pero
cuando no la toleran lo llevan peor por cuestiones culturales: se halla
en un amplio porcentaje de recetas.
Los que descubren que la lactosa les afecta encuentran más
limitaciones de las que pensaban. La lactosa, además de en los alimentos
derivados de la leche, como yogures, quesos o helados, está presente en
embutidos, panes, patatas fritas, incluso en medicamentos. Es un azúcar
muy empleada en la industria alimentaria para dar textura a la comida.
“Cuanta más elaboración industrial tenga un alimento, más probable es
que contenga lactosa”, asegura Oriol Sans, presidente de la Asociación de Intolerantes a la Lactosa (Adilac).
La situación para ellos ha mejorado sustancialmente en los últimos
años, según Sans. Por un lado, gracias a que se conoce más la dolencia y
los médicos la diagnostican más. “Además, la normativa de la Unión
Europea obliga a poner todos los ingredientes de un producto. Antes solo
se requería especificar cuando superaba un 25% del total. Esto hacía
imposible conocer si llevaban lactosa alimentos con cantidades
considerables. Adilac está trabajando en la implantación de un sello
como los que se usan para los celiacos, para saber de un vistazo si podemos tomar determinado producto. Ya lo incorporan unas cuantas empresas”, relata.
Otra mejora es que, desde hace algo más de un año, se ha vuelto a
comercializar en España una pastilla de lactasa. Se trata de ingerir la
enzima que los intolerantes no tienen en suficiente cantidad. Luca de
Tena explica que no tiene ningún efecto secundario y que, con su
ingesta, la persona que no asimila esta sustancia puede permitirse comer
cualquier alimento. “Lo que tiene que regular es la cantidad de lactasa
que toma en función de su intolerancia”, cuenta. En opinión de Sans, es
una buena ayuda, aunque no recomienda tomarla por norma. “Yo la llevo
siempre conmigo por si tengo una comida fuera de la que no estoy muy
seguro de los ingredientes o para darme algún capricho de vez en
cuando”.
Este producto es muy común en otros países, que lo comercializan bajo
docenas de marcas. En España, solo una: Nutira, de los laboratorios
Salvat. La clave para tomarla o no y en qué medida está en determinar el
grado de intolerancia. Juana María González Prada, experta en
dietética, nutrición y alimentación, asegura que ella recomienda adecuar
la ingesta de lácteos a este grado, en lugar de tomar la pastilla: “La
mayoría de las personas con intolerancia tiene también alguna
tolerancia. A lo mejor puede comer queso curado o un yogur. Además,
existen leches sin lactosas y muchos alimentos ricos en calcio que la
pueden sustituir”.
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